lunes, 18 de noviembre de 2013

En una SOLEDAD de vértigo

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro
 
Tenía que ser un error, ¿qué?, que la vida me agotase tanto y yo la buscara tanto entre los rincones más sucios de los días. Tanto canalla suelto disfrazado, tanto marea alta, todo el plástico que encuentro en las esquinas. Así que decido tumbarme boca arriba, con los brazos en cruz, cara contra cielo, desafiando la masa de aire que sostengo encima.

 


No funcionaba nada esta mañana fría. El grifo de la ducha goteaba, no había agua caliente, el bolígrafo que suelo utilizar de talismán se secaba. Y no hay forma de seguirte ¿te escondes de mí o de la vida? Déjame en este lecho, pensar tumbado, sin que un trazo incompleto de ti venga por la izquierda a la deriva.
 


Hay sentimientos de los que uno no habla, pero que están vivos. Tanto que te llevan al precipicio de las rocas negras, te muestran el mar, su rugido, y te dejan caer, sólo un poco. Para ver si tu corazón reacciona, se endurece y abandona esa mala costumbre de echar siempre de menos alguna cosa, otro momento, esa persona.



Pero esta vez iba en serio, me había tumbado a pensar y no saldría de allí hasta escuchar el agua hirviendo, la de mi cabeza, la de mis miembros. Venía el recuerdo de la infancia en la arena jugando con bola preta, una amiga portuguesa que recitaba a Pessoa los días de luna llena. No recuerdo ahora el poema.



Sé que estas ahí y esta soledad de vértigo es un error. Tienes que aparecer, y como si en mi rostro no vieses la tristeza de la espera, preguntar qué hago aquí. Yo te diré, limpiando la ronquera y con sorpresa, que estaba aquí como soñando algo, viniste a salvarme, y recorrímos juntos la playa, querida bola branca.

domingo, 18 de agosto de 2013

El ACORDEONISTA y las GAVIOTAS

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro

José no recuerda cuándo aprendió a tocar el acordeón ni quien le enseñó, pero alguien tuvo que hacerlo. Su primer recuerdo del instrumento lo tiene atrapado entre las cejas, despertó una mañana de invierno, cuando vestía viejos pantalones cortos y calcetines grises de lana, y allí estaba. Preguntó por la casa, nadie daba una respuesta, vivía sólo. Decidió adoptarlo, como quien adopta un perro, y prometió cuidarle y respetarle todos los días de su vida, algo así había oído en las bodas, y esto para él era un matrimonio.

Por eso, me sorprendió ver su silla vacía, aunque golpe mayor fue ver su acordeón huérfano de padre en la acera caliente. José lleva treinta años, tocando en la misma plaza, de las 10 de la mañana a las 10 de la noche, con horario idéntico al de los grandes almacenes.


Supe más tarde, por el propio José, que aquella mañana sintió que las caras e historias de los transeúntes saturaban su pecho. Se le había hinchado a tales proporciones que intuyó que en aquel espacio no cabía ni una mirada más. Tenía que vaciarlo antes de seguir tocando. Recorrió la geografía del jugoso país en el que había nacido, y encontró sin dificultad el punto en el que habría de liberar tantas páginas escritas durante las últimas décadas.


A esos lugares, José sabía que uno lleva sombrilla para abrigarse de los rayos solares que puedan radiografiarnos el alma. Compró tres pares de chanclas idénticas, no venía sólo con tanto acompañante en el pecho, y una toalla azul para compartir. Parecía suficiente pero al poco de llegar sus manos echaron de menos el baile del aire, y adquirió un juego de paletas de playa que le recordaron la femenina silueta de una guitarra. 


José buscó durante tres días y dos noches el punto perfecto, y no necesitó un minuto más, que sin embargo, hubiera dado con gusto, con la satisfacción que se alimenta en los buenos porqués.


Llegado el momento, estiró sus brazos con las palmas de las manos como abriendo el acordeón, y desabrochó su pecho. Salían rostros e historias, bocas apretadas y mareas urbanas, créditos y dudas, miradas y tristezas, impagos y decepciones, amores baratos y ordenadores, ojos de oficinista e ilusiones de asfalto. Cientos de sensaciones e imágenes nacidas en aquellas caras que José había grabado en su interior, volaron como gaviotas, después de despedirle.

 



jueves, 11 de julio de 2013

Cuando JULIO trae RECUERDOS

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro
 
Como no querer a cada una de aquellas grietas. Algunas desconchadas y abiertas como heridas recientes. Las acariciaba cada vez que el recuerdo se hacía dulce e insoportable, cuando la vuelta atrás por la línea de la vida era inevitable.

 
“¡Nueva York!”, “¿Cuándo te marchas?”, “Tráeme algo, cualquier cosa, la etiqueta de una botella de leche”. La fascinación que la metrópoli despertaba le pareció siempre sospechosa, pero el embrujo le persiguió por las calles, debajo de aquellos edificios ingentes.

 
Aquella era una ciudad desproporcionada. Regresó varias veces, le diagnosticaron el síndrome neoyorquino, con síntomas parecidos a los de un enamoramiento indebido. Sigue en tratamiento.

 
En algún otro recuerdo, no dejaba de llover. Era de la poca gente que se desocupa y abandona a los días de lluvia. Todavía adolescente, grabó con la llave de casa en una pared blanca, que recordaba sucia: “No somos más que caminantes”.


 
El después de un pensamiento calado hasta los huesos, trae a menudo una palmera decapitada. No entiende tanta soledad ni tanta tormenta, pero al contemplar el cielo despoblándose de nubes, se perdona y olvida.


  


martes, 25 de junio de 2013

PhotoEncuentros con JESUS Rodolfo. El VIOLISTA.

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro

PHOTORELATOS presenta el primero de nuestros PHOTOENCUENTROS.
Teníamos que inaugurar esta sección con Jesús Rodolfo, no podía ser de otra forma. Espero que entiendan el por qué al terminar de ver y leer.
 
JESÚS Rodolfo. El VIOLISTA.
 


Siento la energía del músico, mucho antes de que su expresivo rostro se coloque frente a la grabadora y
rezume entonces a borbotones su derroche de genialidad y arte. Nos citamos en una librería japonesa de Manhattan. Entre el Lincoln Center y la Escuela de Música Mannes gira la vida neoyorquina del músico español, quien con 26 años, es ya considerado un virtuoso de la viola. Su sonrisa emana una vitalidad curtida y contagiosa. En la intensidad de su discurso asoma un magnifico conocedor del lenguaje de la música y sus misterios. Responde con la serenidad de un maestro y decora a voluntad una conversación amenizada con capuchino en leche de soja y té verde. El café es suyo, el gusto es mío.

P: ¿Qué hace a un músico?


E: Creo que el músico nace, porque hay algo único, que es lo que te hace sentir quiero hacer música, hacer a otras personas sentir algo especial, despertar sentimientos que no se despiertan por medio de la palabra… Creo que el talento es algo con lo que uno nace, después, la técnica, que es la mecánica, uno la va adquiriendo con el trabajo, durante los años de estudio y la experiencia de interpretar, poco a poco, frente al público.

P: ¿Por qué la viola?


E: Empecé a estudiar piano cuando tenía cuatro años, y violín cuando tenía siete. Me resultaba muy curioso el por qué la viola era un instrumento que estaba tan desprestigiado y había tan poco repertorio, pero, a la vez, tiene ese sonido tan especial, tan oscuro, tan sensual, y un poco misterioso… Cuando tenía 14 años, decidí cambiar a la viola y seguir con el piano paralelamente. Decidí que la viola es el mejor instrumento que puede definir mi espíritu, como veo la música y el arte…. por estas cualidades de oscuridad, de misterio, quizás de sombra, proyecta mejor lo que entiendo como música y arte.

P: ¿Cómo te sientes en el escenario?


E: Genial… me encantan los diez minutos antes de entrar. Esta adrenalina que es sentir como quedan diez minutos, quedan tres minutos, y te llaman: ¡Treinta segundos! ¡Es increíble! Y después, es como entrar y estar en casa, es cuando realmente me siento yo más yo, es cuando la esencia de mí mismo está presente, es cuando me siento más cómodo, cuando me siento más guapo, cuando me siento más libre, cuando me siento más intenso, cuando me siento más puro, más verdadero, cuando me siento yo mismo al cien por cien. Es lo mejor.

 


P: ¿Que músico te describe?

E: Obviamente, Bach me parece que es la esencia de la música, es la esencia de toda la música escrita a partir de él mismo. Bach es lo más difícil que me puede tocar interpretar. Es la pureza en esencia, es la belleza en esencia, es la precisión, la exactitud. Después, Mozart. Me siento muy identificado con él porque era joven, muy multifacético, tocaba la viola muchísimo, quizás también por ese carácter fresco, de esperanza continua, de no hay ningún tipo de dificultad, siempre está la música.
Y en relación con mi instrumento, me identifico con todo el repertorio británico de William Walton, Arnold Bax, Rebecca Clarke, York Bowen y Benjamin Britten, porque tienen una escritura muy concreta y especial para la viola como instrumento. Pero, el compositor por excelencia en el siglo XX para viola es Hindemith, y es con quien tengo relación constante, toco muchísimas obras suyas.

P: ¿Cómo lidias en el escenario con las emociones?


E: Es muy difícil. Lo primero que un músico tiene que proyectar es lo que el compositor intentó plasmar con notas, con dinámicas y con diferentes tipos de escritura en la partitura. Plasmar lo que el compositor quiere y lo que el intérprete entiende, y a partir de ahí, ofrecer la interpretación final. En lo técnico, debes interpretar una obra con absolutamente todo lo que el compositor escribe en la partitura. En el momento que eso está perfecto, el pequeño margen que queda en la interpretación es lo que el intérprete siente, lo que la música le hace sentir. Cuando alcanzas ese nivel alto de seguridad y firmeza técnica, de solidez, cuando no hay ningún problema técnico, mecánico, interpretativo, quizás es cuando la mente rompe y empieza una etapa muy creativa.
Si el espectador realmente siente lo que tú quieres expresar en la música, es cuando el trabajo está bien hecho. Pero existe siempre esa batalla constante entre compositor e intérprete y, en último término, con la audiencia o el público.

P: ¿Qué es esa belleza de la que siempre hablas?


E: Para mí, la belleza es la esencia de todo, es la esencia del arte, es la esencia de la vida. Creo que todo es belleza. Llover es bello, una persona andando con su pareja, es bello, el cielo es bello… Todo tiene un punto de belleza, y creo que es lo que, en mi caso, me hace moverme y creer que tanto belleza como amor van juntos. Y el arte es intentar reflejar la belleza de una manera u otra. En el caso de la música, reflejar belleza a través de las notas, de los sonidos… Está esa unión o fusión entre la vida y la belleza, y el arte, en este caso. La belleza, al fin y al cabo, es como la meta final que todo el mundo intenta alcanzar de una manera u otra.


P: ¿Por qué Estados Unidos, Nueva York?
 

E: En este país, he encontrado un profesor que me ha enseñado a trabajar constantemente, a tener tesón, a tener disciplina. Al mismo tiempo, el hecho de estar aquí me ha enseñado a ser fiel a mis principios, ser fiel a la música, a lo que quiero, a lo que busco, a mi meta. Quizás, este país me haya abierto los ojos a cómo enfocar mi carrera. Los músicos tenemos que entender que hay que hacer algo nuevo, estamos en el siglo XXI.

P: ¿Qué es lo nuevo que viene?


E: Estamos en un momento, en el que todas las artes convergen. Si hablamos del Lincoln Center de Nueva York, muestra arte en el más puro sentido, danza, ópera, teatro, moda, conciertos, música inédita, todo tiene lugar en un mismo sitio. Quizás, es el ejemplo a seguir para un músico, que tiene que traer algo nuevo, tiene que traer tanto el repertorio normal, estándar, como el repertorio contemporáneo, como las obras a estrenar nuevas, incluso la visión del instrumento de otra manera. 

P: ¿Cómo ves hoy la relación entre el público y la música clásica?


E: Creo que es muy importante acercarse a un público más general, y por ello, fundamental este nuevo aire fresco de la interpretación de la música en el sentido contemporáneo. En Europa, con la herencia de lo antiguo, estamos un poco anulados en las ideas prefijadas. En EEUU, todos estos protocolos, estas barreras, se rompen. Hay que vender un producto o hay que intentar traer la música a un público de todo tipo, no solamente a un público elitista o a un público que puede pagar sus entradas para ir a la ópera, un ballet o un concierto. 
 


P: ¿Tocarías en África, en la India?

E: ¡Me encantaría! Les debemos muchísimo a este tipo de culturas. Hace poco estaba estudiando el concierto de Ravel en sol mayor, y veía toda esta influencia en el impresionismo francés, de Oriente y de África, en cuanto a ritmos, en cuanto a melodías y modos. Hay una parte en el primer movimiento que realmente son ritmos de tambores africanos. En África, obviamente, los ritmos son increíbles, y en la India, los modos son únicos. Creo que sería increíble.

P: ¿Qué implica esta crisis para un músico?


E: Obviamente, el mundo está pasando una crisis tremenda, erosionante, pero la creación está ahí, y la creación va a estar siempre. De hecho, en momentos realmente de crisis personal, de crisis profesional, quizás es cuando uno crea más y se sea más fructífero a unos niveles u otros.… El arte no tiene precio, y el arte no tiene ningún tipo de barrera. Quiero decir, no por cobrar más dinero vas a crear mejor, o no por tener menos dinero vas a crear peor, o vas a crear menos. 

P: ¿Cuál es tu recompensa como músico?


E: Me encanta ser capaz de despertar emociones en otra persona, ver que alguien siente lo que tú quieres hacer sentir… eso es la mejor recompensa que puedo tener como músico.

P: ¿Qué te frustra?


E: Me frustra que no se aprecie la belleza en sí misma, ver que un músico que tenga un fallo en un concierto, eso también es bello; no simplemente el hecho de tocar notas como un robot o como un ordenador, sino entender como el intérprete ofrece algo nuevo a través de un instrumento.



P: ¿Cuándo te sientes vulnerable?

E: ¡Siempre! … Todo es enorme, es como un tsunami que viene en contra tuya y lo tienes que parar. Yo siempre digo que uno tiene que ser dios en el escenario cuando toca, y tiene que ofrecer lo mejor, pero cuando se baja del escenario, es una persona normal… Y es muy difícil jugar con esto. Esto es lo que realmente me hace ser vulnerable, este tipo de cambios, de inestabilidad.
Creo que en esta vida existe la suerte, pero hay dos tipos de suerte: hay buena, que siempre es buena y hay mala, que puede ser buena. Algo malo siempre puede traer algo bueno… Nunca considero que haya perdido un concurso, siempre he ganado algo, una experiencia, he aprendido algo. Lo que frustra es que haya gente que piense que si no ganas una cantidad económica o un prestigio, pierdes. Eso es tremendamente ignorante.

P: ¿Es el músico un eterno estudiante?


E: Sin duda. Creo que no hay nada en lo que no se sea un eterno estudiante. Si una persona tiene una pasión por algo, va a estar siempre estudiando o se sentirá siempre enamorada de ese algo. Un músico tiene que estar estudiando, repasando, ensayando obras nuevas, exponiéndose, examinándose constantemente. Cada concierto es un examen. Ser músico es un poco una hipoteca de por vida, suena fatal, mejor decir, es un placer que dura toda la vida, un placer eterno.

P: ¿Quiénes han sido y son tus maestros en la música y en la vida?


E: Mi primer profesor, Rekucki, fue muy importante, fue el que me trajo todo, por decirlo de alguna manera, la pasión por la música y la viola. Él era polaco, y me dio clases en Oviedo durante trece años. Mi segundo profesor, Jesse Levine, profesor de la Universidad de Yale, me abrió la mente a este nuevo enfoque que tengo de la música. Y respecto a la viola, mi último profesor, es como mi padre, Paul Neubauer. Realmente, a ellos tres, les debo todo.

En lo personal, hay una persona que es la única que realmente confió en mí desde el principio, que me aceptó tal como soy, que siempre está orgullosa de mí, es mi abuela Florina. Y, de alguna manera, siempre siento que está conmigo. Recuerdo también un amigo muy importante que se llama, Manuel Cabo, que es pianista y que siempre es un ejemplo a seguir, siempre me ha apoyado.
Y en el presente, viviendo en Nueva York, puedes encontrar maestros e influencias en cada calle.


 
Su web oficial: www.jesusrodolfo.com
En España, el 13 de diciembre de 2013 en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.
 


lunes, 17 de junio de 2013

HIPOTESIS de una ESPERA

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro

La espera maltrata sus cuerpos, en ese segundo que llega congelado y sin abrigo. Cuando detenidos en un instante que viene interminable, sienten que no están completos y les sorprende escuchar su respiración, o cualquier palabra.



No pasó nada, o al menos, no pasó lo que aguardaban, por eso siguen donde están, en ese espacio vacío al que no entra ningún olor reconocible, delante del reloj en huelga contra la tiranía del tiempo, sintiéndose una habitación reservada sin huéspedes que lleguen a ocuparla. 




Desde la bruma de los pensamientos, comienzan la observación pausada del entorno. Dan vueltas a un mecanismo que funciona con descargas de silencio, como quien mueve la cucharilla de un café que sabe de sobra frío. Con un simple gesto que no dura, agitan los pies, por el gusto simple de sentir, la calma llegar de nuevo.



Son la mujer que confirma en su vientre la espera, también largas noches y desvelos; el mensaje que alimenta el mito de una respuesta, la cuenta de correo siempre anhelante y abierta; las ganas de colgarse del teléfono, de alcanzar el borde del lago y corregir el error y sentirse llenos. Son la necesidad delirante de plantarse en su casa, de doblar la esquina del huraño futuro y encontrar lo que buscaban.



Y sin embargo, un cambio de luz o de viento basta. Entran de nuevo en el mundo que vibra de forma rápida, las facturas del banco, la ropa sin tender, el coche que no arranca, los niños que esperan en la puerta del colegio su llegada, las canas cada vez más, y no son grises, son blancas; el zumbido de un ordenador que no calla, el reproche ofensivo en una garganta.



Pero sin previo aviso, ni toque de llamada, se velará de nuevo su mirada.


lunes, 10 de junio de 2013

COLOR en BLANCO y NEGRO

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro

No siempre lo que fue de color, permanece en color, lo sabía.
 


También sabía que el blanco y negro, puede crecer por dentro de las pupilas y hacer del mundo un escenario entre estos dos tonos.

Tenía el olor del asfalto pegado como una segunda piel, el ruido de la ciudad atascado en algún lugar del estómago, y un humo gris se interponía entre lo que quiso ser y lo que realmente era.

Le despertaba cada mañana, la voz ronca y desgastada de la rutina, a la misma hora, en el mismo cuarto, con el mismo gesto indiferente, cerrando las puertas y ventanas que algún sueño atrevido había abierto durante la noche.

Se levantaba maldiciendo la penumbra, la pasta de dientes, el frío que se colaba por la pared porosa y arrugada, la pesadez de sus párpados, la rigidez de sus piernas, la inutilidad de un día que ya venía vencido.

Sorbía, porque estaba sola y no había reproches de buena educación, un café demasiado caliente que había hervido hasta envejecer. Anuló la sensación de que a ella le pasaría lo mismo; necesitaba sobrevivir, o al menos, eso decía un espíritu diminuto y apartado en algún punto del enorme hueco que era su interior aquella mañana.

Contando las cuadrículas del asfalto ennegrecido, alcanzó la estación del metro habitual y subió al vagón con la menor de las ganas. Miró hacia el exterior oscuro, como quien sabe que atraviesa un túnel bajo tierra, y no espera encontrar nada, pero encontró.



Vio un paisaje en blanco y negro, parecía una playa, parecían flores, parecía ese otro lado del mundo tan ausente en ella. Y aquel encuadre tomo de pronto color, y otras formas diferentes, pero siempre una playa, siempre unas flores, siempre un mar en espera.




Y dejó a la rutina sentada en el metro y a la ciudad fumando sola, ella tenía otros planes para aquel día, y él lo sabía.